miércoles, 21 de marzo de 2018

A mis compañeras de la infertilpandy...

... Deciros que sois maravillosas. El pasado domingo estuve en un Chat Café de los que Grupo Hello organiza en Madrid. Hacía un año y medio del último en el que había participado. También, meses antes, había acudido perdida y buscando algo de comprensión a un Café de los Sueños de Redinfertiles. En ambos pude conocer a chicas estupendas. Mujeres que habían pasado o estaban en mitad de un proceso de reproducción asistida. Algunas ya tenían a sus peques, otras embarazadas, unas cuantas en plena betaespera. Alguna destrozada tras un devastador aborto. Muchas entre tratamientos, esas duras esperas entre citas, pruebas, analíticas... Y ahí estaba yo: perdida.

Yo no había pasado por ningún tratamiento, betaespera o aborto. Prácticamente estaba recién diagnosticada de SOP e hipotiroidismo, y a penas acababan de darme la noticia de que tendría que pasar por reproducción asistida para lograr ser mamá, pero ya cargaba en mi mochila con el peso de un año y medio de no ver la regla, de test negativos, de no saber, de decenas de médicos que no tomaron demasiado en serio lo que les contaba, como si estuviera loca.

Pensé en la posibilidad de que esos grupos no estuvieran para mí, que quizás al no estar pasando aún por un tratamiento el resto de chicas podrían sentir que yo ahí no pintaba nada, pero me lié la manta a la cabeza y me apunté.

Llegué, tímida e insegura (nada raro en mí, es que soy así) y justo vi en el lado más cercano a la entrada un asiento libre en una esquina de la mesa. Saludé y me senté. La chica de al lado debió ver el terror en mis ojos (que exagerada parezco, pero es que soy realmente vergonzosa, el miedo a no encajar lo llevo grabado en cada célula) y se presentó primero ella y después a las más cercanas en ese lado de la mesa. Miré al fondo, habría unas 30 chicas, y todas hablaban entre ellas.

En cuestión de minutos estábamos conversando con total confianza, y llegó el momento en que me preguntaron en qué punto me encontraba yo en ese momento. Por primera vez en todo este proceso me sentí escuchada y comprendida. Fue mutuo, claro. Las chicas contaban sus experiencias, sus últimos resultados; pude poner cara a muchas tuiteras a las que seguía desde hacía tiempo.

Allí conocí a una chica, había hablado alguna vez con ella por Twitter. Tenía unos cuantos test de ovulación que, como la habían mandado directamente a FIV, ya no iba a usar y me los ofreció para controlar mi primer ciclo de estimulación. Después de ese día seguimos hablando, alguna vez quedamos para comer o para tomar café, charlábamos de todo un poco...

Tres meses después de ese café, empecé el ciclo de estimulación ovárica, el segundo, el que me trajo a mi pequeña. Tuve suerte, muchísima. Infinita. Lo sé. Doy gracias cada día por ello, y sé que me iré de este mundo agradeciendo mi suerte. Podría haberme pasado como a algunas compis, que el SOP les mermaba la calidad ovárica. O que los pocos y lentos bichos de mi marido no hubieran logrado remontar aún con la tanda de antioxidantes que se metió para el cuerpo durante meses. A muchas os ocurre que sin más problema aparente os cuesta varios ciclos de FIV lograr llevar un embarazo a término. O lo inmensamente doloroso de perder a vuestro bebé después de haber compartido varios meses juntos. 

O, como le ocurre a esa chica de la que os hablaba, los bioquímicos se suceden, cada uno más desalentador que el anterior. Cuando yo logré el embarazo, ella se alegró un montón. Yo superé la eco de las 12 semanas cuando ella estaba estimulándose para su primera FIV. Cada día hablábamos de los embris que tenía, de cuantos llegaban a blastos. Ví sus lagrimas de alegría al tocar mi incipiente barriguita de cuatro meses. Pero después de su primer bioquímico... ¿que iba a decirle yo, con mi pequeña saltando dentro de mí, que realmente pudiera servirle de ayuda, de consuelo? ¿Cómo hacer que se sintiera comprendida, acompañada? Es difícil, sólo podía darle ánimos, mandarle toda mi mejor vibración para su próxima transferencia. Claro, no volvimos a quedar. Sé por mi propia experiencia que, cuando alguien no logra quedarse embarazada, lo que menos apetece es ver barrigas. En este tiempo hemos sabido la una de la otra lo justo. Yo de sus bioquímicos y resultados de pruebas nuevas y ella de mi reciente maternidad.

Me siento increíblemente afortunada. A veces, incluso, demasiado. Me di cuenta este domingo. Volví a sentir miedo de no encajar en la reunión, a pesar de que en el grupo varias chicas me animaron a ir incluso con la niña. Fui, con temor, no quería herir a nadie. Me recibieron con los brazos abiertos, me dieron la enhorabuena, las que ya eran mamás y las que no. Entre saludos, presentaciones y demás, alguien me tocó el brazo. Era ella. Sólo pude articular un cutre "¡estás aquí!" y me eché a llorar. La abracé y sé que ella no entendió nada. En ese momento yo tampoco podía explicarme mi reacción. Fue al llegar a casa cuando, al contárselo a mi marido y volver a echarme a llorar, comprendí el porqué.

Siento en lo más profundo de mi alma que a ella la vida se lo esté poniendo tan difícil. A pesar de lo que me costó llegar a mi niña, soy consciente de que yo lo tuve mucho más fácil que ella. Y que casi todas vosotras. No puedo parar de dar gracias por lo que tengo. Pero es imposible no entristecerse ante cada una de vuestras historias. Ojalá la vida acabe siendo tan generosa con vosotras como lo ha sido conmigo, yo ya no puedo pedirle más para mí, yo ya lo tengo todo. Ahora le toca a ella, ahora os toca a las demás.

Al final esta entrada me ha quedado demasiado larga. Y es que es casi imposible explicar con palabras lo que ya cuesta ordenar en la cabeza. A lo mejor hubiera sido más sencillo dejarlo en un gracias y un lo siento en el corazón.


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